Mis amigos insistieron en acompañarme a la clínica. Me iban a operar de lo que hoy, dicen, es una sencilla intervención.
A mi amiga Antonia le hizo gracia “ese” ojo con la pupila tan dilatada. Riendo, me acercó el móvil a la cara y disparó.
A mi me relajaba aquel barullo, sus bromas… No distinguía bien con el efecto de las gotas, pero vi como ella revisaba la foto, y me asusté con aquel gesto superlativo: una mirada incrédula que fue directa de la biblioteca de fotos a mi cara. Pasó de creer que era un efecto de App a entrar en pánico real.
Sé que huyó aterrada por un miedo extraño, corriendo por el pasillo. Alguien recogió su teléfono del suelo, que fue pasando de manos y hubo más revuelo aún.
Yo no entendía nada. Me envolvió un asfixiante aleteo de enfermeras con más gotas, y un pinchazo…definitivo. No supe nada más.
Ha pasado un tiempo que no puedo calcular. ¿Días, semanas, un mes?.
Yo había venido para ver mejor, y ahora noto que me miran a mi, que no tengo derecho a la vista.
Estoy en una cabina donde sé que viene gente y me observa. No los veo pero los siento; incluso podría dibujarlos. Es como tener muchos ojos en otros sitios, pero fuera, orbitando por encima, alrededor… ojos como insectos-satélites visores con 360º desde y sobre el cuerpo ciego central.
Puede que fuera aquella foto, la simple luz del flash, que –como una llave–con el ojo dilatado, hubiera abierto una puerta que dejó salir a otro (ese ser desconocido que nos habita y al que ignoramos).
Pero ahora mismo, no sé quien soy ni cual es mi lugar.
Si alguien tiene acceso a esa foto, y puede explicármelo, por favor, que me contacte a @roigdediego.
No mensajes ni llamadas. No me dejan tener teléfono.
Jaime Roig de Diego
Ilustración: Jaime Roig de Diego según la foto original de Juan Más Maura